Qué desolación vi en sus caras,
abandonados del amor,
hijos de la agonía y el silencio,
sin gotas de ternura en sus miradas,
con esa frialdad en sus cunas,
sin calor con qué arroparles,
despojados del amor de sus madres,
que les amamantan cuando nacen.
Son los hijos de un mal mayor
que allí yacen como muertos vivientes
por el abandono de esta humanidad egoísta.
Son los hijos del hambre,
de la falta de una mano
que les llame.
Ana Vega